sábado, 29 de septiembre de 2018

La leyenda negra

Leyenda negra




La leyenda negra del imperio Español causa mucha controversia, desde luego que ha sido muy difundida en su momento por los enemigos del Imperio y luego fomentada en los territorios que se habían independizado, incluso en la propia España. Hoy existen muchos historiadores que la refutan y otros que la difunden. Después de leer los datos objetivos que hemos dado queda claro que es una falsedad o exageración, pues el gobierno del rey de España no produjo en los habitantes de América un efecto más perjudicial que los gobiernos posteriores de las naciones independizadas. Es más: lamentablemente jamás los territorios independizados alcanzaron la prosperidad que había en el Imperio con respecto al resto del mundo de la época.

La causa más importante de que los nuevos países no adquirieron un mejor nivel de vida fue la división de esas provincias de ultramar en muchas naciones débiles, con lo que se rompió la riqueza descomunal que significaba un enorme y rico territorio en los que había un próspero comercio que conectaba Asia con Europa y América. Además, esa división propició que los nuevos Estados cayeran en el sistema de dinero deuda con bancos centrales privados –los capitales fueron en casi su totalidad extranjeros, concretamente de la gran banca internacional–, y un motivo importante para que se instalasen lo constituyeron las múltiples guerras que se libraron entre sus pobladores, que les trajo mayor pobreza y necesidades de financiación. Por todos estos motivos esos nuevos países pasaron de tener enormes reservas a perderlas y contraer aún mayores deudas, un cambio poco favorable.



El nacimiento de la leyenda negra se remonta a comienzos del siglo XVI. Los primeros españoles que se asentaron en las Antillas se encontraron con unos indios de una raza muy frágil –la población aborigen continental fue mucho más fuerte y resistió mucho más–, que sufrieron en grado sumo las consecuencias de la llegada de los foráneos, habiendo gran mortandad por enfermedades traídas por los europeos –la viruela, el tifus y el sarampión–. La Corona española apenas había tenido tiempo para organizar la presencia de España en las nuevas tierras, solamente se habían dictado disposiciones de urgencia para reglar el acceso a la tierra y a los recursos – mediante las llamadas encomiendas–. En este ambiente de provisionalidad hubo una minoría de hombres desaprensivos que intentaron sacar excesivo provecho mediante la explotación de los nativos incumpliendo la ley y esto produjo aún más mortandad a la débil población antillana.
 

En diciembre de 1511 –solo diecinueve años después del descubrimiento–, el dominico Antonio Montesinos en la misa dominical a la que asistía la población encomendera, dio un sermón que se hizo famoso. No fue una prédica sino una verdadera diatriba contra la clase encomendera, denunciando los excesos y acusando de estar provocando la muerte de los nativos.  A los que abusaban de los aborígenes le anunció su condena divina de persistir en esa actitud. Todos los encomenderos se sintieron acusados y protestaron a la Orden de los Dominicos, incluso al Rey de España. Sin embargo, hubo uno que no se sintió indignado contra el dominico y permaneció en su banco sumido en una honda meditación, en verdad afectado y atravesado por esas palabras. Este encomendero se llamaba Bartolomé de las Casas y era un propietario de los duros, de los que explotaban en exceso a los indios, pero su consciencia había sido sacudida por el sermón y a partir de aquí todo sería distinto.
 

Inmediatamente renunció a los indios que le habían encomendado y a las tierras que la corona le había otorgado e ingresó en la Orden de los Dominicos, decidiendo dedicar toda su energía a la protección del indio. Esta loable actitud puso en marcha una serie de iniciativas que beneficiaron al indio.
 

El padre de las Casas se consagró a atender las denuncias contra los indios, unas fueron ciertas, otras falsas y algunas excesivas, ya que era un hombre que tendía a la exageración. Con esos datos compuso el famoso libro: “La brevísima relación de la destrucción de las indias”. En este libro fray Bartolomé dibujó un escenario de América en donde primó la exageración de las maldades de los españoles y alabó el comportamiento de los indios, de tal forma que también escribió sobre lo que sucedía en el continente americano, en sitios que nunca había ni siquiera estado. No distinguió entre los diferentes comportamientos de los españoles, ya que solo una minoría no cumplía la ley y trataba mal al indio. Este libro que contenía hechos reales, pero también muchas exageraciones y mentiras, alcanzó un gran éxito y fue recibido con placer por las naciones enemigas de España, que lo utilizaron como base para idear y exponer la leyenda negra antiespañola.

En mi opinión ahora la leyenda negra solo sigue vigente y en muchos casos auspiciada, porque es la publicidad que necesitan los amos del dinero para evitar que los habitantes de lo que fue el Imperio nos unamos y luchemos con mayor fuerza contra la tiranía económica del dinero deuda con banco central privado que nos han impuesto.






Intentos de aniquilamiento anteriores a la definitiva destrucción

Los británicos –cuya nobleza y reyes desde la creación del Banco de Inglaterra eran aliados de los banqueros que promovían el dinero deuda con bancos centrales privados– habían realizado muchos intentos de invasión de la América española que resultaron clamorosos fracasos.




Probablemente el más destacado fue la invasión de la ciudad Cartagena de Indias en 1741, que fue rechazada por un marino español llamado Blas de Lezo –le llamaban medio hombre porque había perdido en diferentes batallas un brazo, una pierna y un ojo–. Para esta invasión los británicos habían preparado una flota mucho mayor y más potente que las fuerzas defensoras –las tropas de Vernon reunieron a 27.600 hombres y los españoles a 3.600–, pero finalmente fueron derrotados.    


También cabe destacar a las dos invasiones inglesas a la ciudad de Buenos Aires en 1806 y 1807, que también fueron derrotadas –aquí se presentaron para defender a la ciudad unos 50.000 voluntarios de las zonas vecinas y muchos de estos fueron indios, que aplastaron a los 10.000 efectivos de las tropas invasoras–.
 

Rendición de los ingleses en Benos Aires

En Nicaragua también hubo varios intentos, uno de estos fue rechazado por las tropas españolas en 1762, en dicha acción se destacó la joven de dieciocho años Rafaela Herrera, hija del jefe militar que había sido abatido durante la batalla. Ella disparó un certero cañonazo que dispersó y mató al grueso de la invasión, incluido al comandante. Esta joven se casó y enviudó pronto, siendo madre de cinco hijos viviendo en la pobreza en la ciudad de Granada hasta 1781, cuando el Rey le otorgó una pensión.
 

¿Por qué un vasto imperio resistía a todos los intentos de invasión? Probablemente, porque toda su población se unía ante cualquier intento, incluso los indios, lo que hacía muy difícil su derrota. Por supuesto, que esta casi segura unión entre los pobladores hoy en día no se investiga, incluso se oculta, pero es lógico, ya que resulta muy útil disparar los odios y enfrentamientos entre los españoles y los herederos de su cultura para que los poderosos consumen su dominio sobre los habitantes de lo que fue el Imperio Español a través de las corporaciones y las deudas –generalmente ficticias–. Sin embargo, este falso enfrentamiento queda completamente desprestigiado en cuanto alguien viaja por los territorios de lo que fue el Imperio Español. 

¿Alguien puede darse cuenta que está en un país diferente cuando cruza la frontera de un país hispanoamericano para entrar en otro? ¿Son tan grandes las diferencias culturales entre la antigua metrópoli y sus exprovincias de ultramar para ser diferentes países? ¿Dónde se sentiría más cómodo un español en la Argentina o en Alemania? ¿Dónde se sentiría más cómodo un hispanoamericano en España o en otro país europeo? En mi opinión las respuestas en general  resultan muy claras. Lamentablemente España le ha dado la espalda a sus antiguas provincias para irse con los europeos. ¿A quién beneficia esta decisión? Seguramente al que la impulsa sin dar la cara, que probablemente será el mismo al que le interesa separarnos. 


El aniquilamiento definitivo

Después de todas las derrotas que los británicos habían tenido contra los españoles se dieron cuenta de que debían cambiar de estrategia y decidieron dinamitar desde dentro al Imperio Español, para lo cual tuvieron que esperar el momento propicio que fue la invasión de Napoleón a España. Las logias masónicas –especialmente la Lautaro, que había sido creada por el venezolano Francisco Miranda– resultaron una herramienta clave para lograr que algunos súbditos del Imperio en América se revelasen en este preciso momento. 


Finalmente atacaron al Imperio Español mediante un efecto pinza, en Europa el también masón Napoleón y en América los distintos militares criollos que pertenecían a la logia Lautaro. Esta guerra estaba perdida de antemano, pues el Imperio enfrentó a demasiados enemigos: en Europa contra Francia y sus aliados, y en América contra los revolucionarios financiados y armados por Inglaterra, que también les dio apoyo marítimo y tropas mercenarias. Tanto en la metrópoli como en las provincias de ultramar los enemigos de España pertenecían a la Masonería y estaban financiados por los banqueros internacionales.


El precursor de la independencia de América Hispana: Francisco de Miranda


Nació en Caracas en 1750, era hijo de un comerciante canario, Sebastián Miranda, por tanto, no pertenecía a la Nobleza, según algunos autores tenía rasgos negroides –de antepasados negros o mulatos–. Según la Wikipedia, se sospecha que su padre, Sebastián Miranda, era judío, concretamente pertenecía a los conversos que habían huido de la península a las Canarias, llamados marranos. Lo cierto fue que se dedicó al comercio de lienzos, una actividad relacionada a los criptojudíos –en aquella época era más fácil cambiar de nombre que de profesión–.
 

A finales de 1771, Francisco se trasladó a España y por 85.000 reales adquirió una patente de capitán –en aquella época comprar los cargos era algo normal–. Incorporado en el regimiento español de la Princesa, participó en el sitio a Melilla –1774– y en el ataque a Argel –1775–. También, más tarde, formó parte de diversas expediciones españolas al mando de Francisco Solano en el Caribe contra Inglaterra, estuvo en el triunfo del famoso sitio de Pensacola –le permitió a España recuperar la Florida–. De aquí Miranda pasó a Jamaica como espía y luego a La Habana, en esta última ciudad la inquisición comenzó a estar detrás de él, su proceso había comenzado en Sevilla en 1778 –probablemente por este motivo había regresado a América– y los delitos eran la tenecia de libros prohibidos y pinturas obscenas –pornografía–. Finalmente lo intentaron arrestar, sin embargo, antes de que sucediese se fugó a los EEUU y de ahí pasó a Londres.
 

En 1790 llegó a Londres y tuvo una entrevista con el Ministro Pitt, en donde le expuso un plan para invadir la América española. Recordemos que en estos momentos Inglaterra estaba en un conflicto contra España, sin embargo, no se llegó a realizar.
Existe la propuesta que le envió Miranda a Pitt, en la que en primer lugar declaraba que España oprimía a América, reservando los puestos más importantes de la administración a los peninsulares y postergando a los criollos, por tanto, los españoles eran los que se enriquecían –una mentira monumental, ya que los mayores terratenientes y la clase más acomodada de la zona eran criollos–. 


Por supuesto que también criticaba al infame tribunal de la inquisición, lo cual era un asunto personal, ya que él estaba perseguido por sus inclinaciones a la pornografía –las cifras de la inquisición en América fueron irrelevantes, según wipipedia 50 ejecutados en casi trescientos años, y mucho menores que las de la península–. También mencionaba una serie de levantamientos sucedidos en todo el territorio por las injusticias antes mencionadas que fueron reprimidos por la Corona –está comprobado de que luego de la independencia hubo muchos más levantamientos, además, no menciona que el pueblo se unió ante los diversos ataques de la potencia a la que finalmente se quiere entregar: Inglaterra, todo esta mención queda desacreditada en las posteriores guerras de independencia, en donde se comprobó que la mayor parte de la población se mantuvo fiel a la Corona, incluso los indios, mientras que los independentistas se nutrieron de fuerzas mercenarias–. 

También hablaba de que la Corona española no contribuyó en los gastos al descubrimiento y conquista de América y se lucró de sus riquezas –pasa por alto las ciudades que se fundaron, las escuelas y universidades, los museos, etc. Desde luego bastante más que lo realizado por Inglaterra en sus trece colonias– y finalmente exponía: “La Amércia tiene un vastísimo comercio que ofrecer con preferencia a Inglaterra; tiene tesoros con qué pagar puntualmente los servicios que le hagan”. Con esta última frase se ve claramente cuáles son los verdaderos intereses de Miranda y las mentiras que expuso en los anteriores párrafos. ¿Acaso un territorio en dónde se tenían semejantes riquezas se podía considerar explotado por la metrópoli? ¿Eran tan tontos los españoles que se habían olvidado los tesoros? ¿Realmente Miranda quería la independencia de los teritorios de América o entregarlos a una nueva metrópoli? Intentó en esta reunión con Pitt obtener una pensión del Gobierno inglés, pero se la negaron, entonces partió a Francia para luchar con los revolucionarios franceses. Aquí obtuvo el título de General de Brigada del Ejército Francés y consiguió que su nombre estuviese grabado en el Arco de Triunfo.

Casa de Miranda en Londres
A fianles del siglo XVIII, vuelve a Londres y fue recibido nuevamente por el Ministro Británico William Pitt, que ahora le concedió una pensión –la gestión se realizó a través del secretario adjunto de finanzas Nicholas Vassintart para subsistir mientras se encontrase en Gran Bretaña–, junto a otros agentes criollos que ya estaban por allí. Entonces Miranda se estableció desde 1802 en Londres en una mansión de lujo, en la 56 Grafton Way, una propiedad nueva de cuatro plantas, con nueve habitaciones, varios salones y con sótano. Se casó con una inglesa, Sarah Andrew y tuvo dos hijos, Leandro y Francisco. En esta casa tuvo reuniones con grandes personalidades de la independencia americana, como el Libertador Simón Bolívar, Andrés Bello, O`Higgins, San Martín, el quiteño Orellana, el cura Victoria (mexicano), Zapiola, Chilavert y Luis López Méndez. A esta casa él la llamaba: Punto fijo para la independencia libertaria del continente colombiano. Obsérvese que la pensión del gobierno Británico era para “subsistir”, lo podemos tomar como una ironía o como una demostración más de la traición que se preparaba.

En 1805, salió con una expedición inglesa a intentar hacer un desembarco en Venezuela, de camino pasó por los EEUU, en donde se entrevistó con el Presidente Tohmas Jefferson y el secretario de Estado James Madison –tenía muy buenas vinculaciones, recordemos que era un masón de alto grado–. El 27 de abril de 1806 efectuó un desembarco en las playas de Ocumare –Venezuela– y fracasó. Los españoles le tomaron prisioneros 60 hombres, de los cuales ejecutaron a 10: el comandante Thomas Donahue, los capitanes James Gardner, Gustavus Burgudd y Thomas Billopp, los tenientes Charles Johnson, Daniel Kemper, JohnFerris, Miles Hall, Francis Farquarson y Paul George –pido disculpas si he escrito mal algún nombre de estos "patriotas hipanoamericanos"–. Miranda huyó hasta la isla de Barbados, donde estableció contacto con el gobernador, el contralmirante Cochrane, quién le ayudó a formar otra flota. El 4 de agosto desembarcó en Venezuela y tomó la población de Coro, tratando de ganar la voluntad de los vecinos sin conseguirlo. Enseguida lo acosaron fuerzas españolas y el 13 de agosto tuvo que evacuar la ciudad para regresar a Londres.


Es en este momento que Miranda elaboró un plan de ataque a España, que debía comenzar por Buenos Aires, seguir por Chile y luego ir a por el Perú –la joya de la Corona–. Francisco de Miranda en 1807 fue a Cádiz –a pesar de ser fugitivo de España, en esta época no había ley, ya que el reino estaba invadido– y fundó una logia masónica cuyo único requisito para pertenecer era jurar por la independencia de los territorios americanos de España –dentro de esta organización estaban Simón Bolívar y San Martín–. En 1812 San Martín partió desde Londres a Buenos Aires para organizar la rebelión.
 

Miranda regresó a Venzuela en 1810, teniendo diverosos cargos en el gobierno independentista que se había formado en Caracas. Sin embargo, en 1812, el general realista Domingo Monteverde comenzó un ataque a la zona y Miranda encabezó la defensa, enseguida se vio que tenía poco futuro, porque la población no lo apoyaba y las deserciones de su ejército eran constantes. Finalmente capituló en la ciudad de San Mateo e intentó zarpar para el extranjero, pero fue apresado por los “patriotas” al mando de Bolívar que consideraron que con aquella capitulación los había traicionado. Se cuenta que en un principio intentaron fusilarlo, pero luego lo dejaron preso bajo el cuidado del coronel independentista Manuel María de las Casas. Este militar se pasó en secreto a las tropas españolas y entregó a Miranda. Finalmente fue trasladado a España en donde permaneció preso, muriendo en 1816.
 

Esta información del precursor Francisco de Miranda fue obtenida fundamentalmente del audio “Memorias de un Tambor”.
 

¿A qué bando apoyaron los aborigenes en las guerras de la independencia?

Cacique araucano realista

Es curioso que en estas fraticidas y lamentables guerras civiles los indios estuvieran en su mayor parte apoyando a las tropas que respondían al Rey Fernando –el ejército realista–. Llegando algunos  a alcanzar diversos grados militares, incluso hubo varios que llegaron al de general. Si lo razonamos detenidamente resulta lógico, ya que la Masonería en aquella época no incluía a los indios –parece ser que a los poderosos banqueros de Londres todavía les costaba considerarlos como una raza que estaba a su altura, aunque tuvieron suerte al incluir unos pocos mestizos, entre los que estaba un general que resultó providencial para alcanzar sus objetivos: don José de San Martín–.
 

Está completamente documentado que la última resistencia realista en Chile fue en la isla de Chiloé y estaba integrada por indios al mando del gobernador español Quintanilla. Antes de esta última capitulación los independentistas habían sufrido una derrota en esta misma isla, fue en la batalla de Macopulli y los mando de este ejército en teoría americano eran el Comandante Jorge Beauchef y el capitán José Rondizzoni –ambos eran mercenarios que habían luchado en el ejército napoleónico–.
 

También cabe destacar a los caciques incaicos del Perú. Hubo uno llamado Mateo Pumacahua, que se sublevó en Cuzco a favor de la independencia, pero fue derrotado por los propios indios de su tribu que permanecieron fieles a la Corona hasta el final de la guerra. Como prueba de esta gran fidelidad que tuvieron los Incas con el Rey Fernando VII, podemos recordar que a mediados de 1824, los Caciques de todas las Casas Nobles cuzqueñas le solicitaron al Virrey de la Serna volver a pasear el Real Estandarte presentando una serie de considerandos de profesión de fe realista. Esta no fue una solicitud interesada, ya que estaba cercano el fin de la guerra y su resultado era previsible.
 

Además de los indígenas ennoblecidos y de los mestizos cuzqueños o altoperuanos, se hallaban los puros, casi sin integrar en la sociedad americana y que sirvieron en el Ejército Real, siendo fieles a la Corona de España hasta el final de la guerra. Así podemos mencionar que en 1813 los indios auracanos y su cacique Villacurá se manifestaron fieles y adictos al Rey, celebrando a su modo la llegada de las tropas y juraron con las expresiones más vivas de júbilo y respeto no ceder a las pretensiones independentistas.



Si los indios apoyaron a la Corona era porque se sentían parte de ella y la reconocían como autoridad, ya habían dado muestras de esto cuando el Imperio Español había sido atacado por otras potencias. Además, la influencia de las logias masónicas no llegó a los indios puros debido a que los financieros internacionales, que estaban afincados en Londres y los más poderosos eran judíos, no consideraban a estas razas al nivel de a población europea y las discriminaban, por tanto no las invitaron a pertenecer a la masonería –en el futuro estos mismos financistas fundarán organizaciones de apoyo a minorías raciales y las liderarán, fieles a su costumbre no les importa defender una cosa y la contraria con tal de que les sirviese para detentar el poder–. 


Esto queda demostrado por la propia política de los ingleses –respondían a los financieros del Banco de Inglaterra, ver entrada del 10 de julio– en sus colonias americanas; ellos propiciaron el aniquilamiento de los pueblos que estaban en las tierras conquistadas y jamás toleraron el mestizaje. Evidentemente este desprecio de la población india por parte de los enemigos de España constituyó un grueso error, ya que finalmente los indios engrosaron las tropas realistas y les ayudaron a resistir una gran cantidad de años, a pesar de que no podían recibir ayuda de la metrópoli, que había quedado devastada por la invasión napoleónica. Además, cuando España se recuperó un poco se produjo el levantamiento de Riego.
 

Otro punto a tener en cuenta es que el Imperio Español consideraba a los caciques como nobles y les reconocían tierras en donde ejercían su autoridad. Después de la independencia este derecho dejó de reconocerse –resulta lógico, ni siquiera tenían a algún miembro dentro de la Masonería– y les fueron quitando tierras paulatinamente. Según el autor Patricio Lons: “aún al día de hoy existen algunos aborígenes de Ecuador que reclaman sus tierras con documentos que les daban la propiedad firmados por el monarca español Carlos III”. 

 

Una propuesta para humillar a España
 
En el año 1711, una alta autoridad inglesa que se mantuvo en el anonimato –se cree que fue un antiguo gobernador de las islas Bermudas llamado John Pullen–, escribió en Londres un pequeño libro llamado “una propuesta para humillar a España”. Este libro se vendió solo por un chelín, y se notaba quien lo había escrito había viajado y conocido bien la América Española.


Monedas acuñadas de Potosí

En él se comentaban las maravillas de la región del Río de la Plata y del Reino del Perú, así como “la felicidad de sus habitantes que nadaban en rica abundancia”. También describía: “La fertilidad de este feliz país excede lo creíble. Sus ricas llanuras, que son las mayores del mundo…están tan cubiertas de ganado que no pueden creerlo sino aquellos que lo pueden ver”. Asimismo indicaba algo que era revolucionario para la época –principios del siglo XVIII–, los trabajadores de las minas del Alto Perú –hoy Bolivia– descansaban los domingos, les pagaban todas las jornadas, ya que estaba prohibida la esclavitud –según Patricio Lons un siglo después el presidente de los EEUU, Thomas Jefferson, tenía esclavos e hijos bastardos con esclavas que incluso llegó a vender–, y las jornadas no podían exceder de ocho horas diarias. 


Este pequeño libro explicaba punto por punto lo que un siglo más tarde sucedió: la división de aquel rico y próspero territorio en empobrecidas repúblicas. En este informe se mencionaba la interdependencia entre los territorios de Nueva España, el virreinato de Perú y Bolivia, la zona de Paraguay  y lo que luego sería el virreinato del Río de la Plata –Argentina y Uruguay–. Los ingleses estaban al tanto de que la minería del Alto Perú estaba sustentada por la provisión de hierva mate y carne de las zonas del sur. La hierva mate era una infusión que se plantaba en la zona dominada por los misioneros Jesuitas –Paraguay y la Mesopotamia argentina–, que funcionaba como un estimulante y no tenía los efectos perjudiciales del café, además, era inhibidor de los gases, por tanto, protegía al minero. 


Ganado vacuno en la pampa argentina
La carne resultaba básica para tener trabajadores fuertes para extraer el mineral. A su vez la minería proporcionaba la moneda franca que posibilitaba el comercio en todo el Pacífico, que en ese momento se le llamaba el mar español. La base de ese comercio lo constituían los puertos de Acapulco, Monterrey, El Callao y Valparaiso. El comercio iba de esos puertos hacia Filipinas y de allí al Japón y China. Por lo tanto, este libro promovía la división de esos territorios para cortar la interdependencia que tenían y empobrecerlos. También indicaba que para atacarlos debían comenzar con los territorios de Buenos Aires para dividir a los territorios mineros de los que les proveían los alimentos, era la manera más fácil y efectiva de romper el sistema monetario español.
 

Es curioso mencionar que casualmente las guerras de la independencia siguieron al pie de la letra los planes que se habían anunciado en “Una propuesta para humillar a España” –lo hemos visto en cuanto mencionamos el plan de Miranda–. Se comenzó desde Buenos aires y el general encargado de llevar el plan a cabo fue José de San Martín –un extraordinario estratega y militar del ejército español que llegó a la ciudad de Buenos Aires casualmente desde Inglaterra y en su ejército también había una gran cantidad de tropas mercenarias británicas–.




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